viernes, 25 de julio de 2014

el arte de disponerse a no hacer nada.



Durante siglos, se pensó que el desarrollo tecnológico permitiría al ser humano disponer de más tiempo libre. “Los radicales del siglo XIX como Marx o Bakunin apostaban por una sociedad basada en el ocio”, recuerda Smart. “Economistas mainstream como Keynes pensaban que hoy en día tendríamos una jornada laboral mucho más corta, y Oscar Wilde escribió que los pobres debían ser liberados por las máquinas”. Sabemos perfectamente que no sólo no trabajamos menos, sino que la tecnología ha provocado que dediquemos las 24 horas del día al trabajo, a diversos compromisos familiares y sociales y a consultar las notificaciones del móvil.

“Debemos construir la habilidad de ser nosotros mismos y no hacer nada. Eso es lo que los teléfonos han hecho desaparecer. La capacidad de estar quietos. Es en lo que consiste ser una persona”. Con esta cita del cómico Louis C.K., el científico y escritor Andrew J. Smart ilustra uno de los grandes problemas del ser humano en el siglo XXI: la necesidad autoimpuesta de estar permanentemente ocupados. El ocio es el enemigo, algo que nos detiene en la conquista de nuestros objetivos y que puede acabar con nuestro bienestar material. Sin embargo, el esfuerzo continuo no nos hace más felices, ni siquiera nos permite conseguir mejores resultados. Simplemente, acaba con nuestra creatividad, con nuestra felicidad y nuestra humanidad.

El arte y la ciencia de no hacer nada, es el título del libro en el que explica desde un punto de vista neurológico –aderezado con observaciones literarias y filosóficas– por qué deberíamos empezar a no hacer nada. En primer lugar, “el cerebro es una maravilla compleja y no lineal que siempre está activa”. Hay partes de nuestro cerebro, como el córtex prefrontal, que se activan cuando no hacemos nada y que “te permiten acceder a tu inconsciente, tu creatividad y tus emociones”. Perder el tiempo potencia nuestras habilidades, nos ayuda a conocernos y a sentirnos en paz. La conclusión, para Smart, está clara: “Es aceptable ser vago”. Smarta acaba de publicar el libro "El arte de no hacer nada"

El hombre no nació para trabajar. Se trata de una idea que lleva circulando desde hace mucho tiempo en la neurociencia y que ha formado parte de la cultura durante siglos. Sin embargo, la revolución industrial, el capitalismo, la urbanización de la sociedad y la globalización han cambiado las costumbres del individuo y han convertido el tiempo en el bien más preciado. Por el contrario, la vaguería (o, mejor dicho, la ociosidad) es hoy en día un importante tabú. ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Se tiene la falsa creencia de que si dejásemos a la gente tener todo el ocio que quisiera nadie trabajaría

La ética protestante, heredada por el capitalismo, comenzó a cambiar las tornas respecto al trabajo, que durante siglos había sido considerado un castigo divino. “Lutero pensaba que los pobres eran vagos y necesitaban ser castigados con el trabajo duro”, explica Smart. “

 “Las largas horas de trabajo benefician a la élite de varias maneras –consiguen convertir el valor de nuestro trabajo en beneficio–, mientras estamos intentando trabajar todo lo posible no nos organizamos, algo que siempre ha sido una amenaza a sus intereses”. Otra contrapartida: “Previene el pleno empleo porque siempre puedes amenazar a los empleados con el desempleo por trabajar lo justo, pero si todos trabajásemos menos horas podríamos emplear a todo el mundo”. ¿La paradoja inherente a todo ello? “Si sólo trabajásemos unas pocas horas al día, seríamos tan productivos o incluso más que si lo hiciésemos diez horas al día”.
Creo que se tiene la falsa creencia de que si dejásemos a la gente tener todo el ocio que quisieran nadie trabajaría”, argumenta Smart. “No creo que eso sea verdad: la gente trabajaría en lo que desease, no en la basura en lo que suele trabajar. La gente no es vaga, simplemente tiene trabajos lamentables”.

El culto a la agenda apretada. Pero ese culto a la productividad forma parte ya casi inseparable de nuestras vidas. Exigimos a nuestros hijos que se olviden del ocio, tan necesario para el desarrollo emocional y personal, y abracen un gran número de actividades extraescolares o aficiones, siempre vistas como una obligación, como es el caso de aprender a utilizar un instrumento musical o practicar un deporte. “Nos sentimos culpables si no tenemos a nuestros hijos apuntados a natación, música, chino, etc”.

Esta trampa no deja de producir paradojas. Una de ellas es que aquellos que más dinero y poder tienen en sus manos son precisamente los que disponen de menos tiempo libre. Sin embargo, Smart sugiere que algunas personas podrían disfrutar más, o estar más preparadas biológicamente que otras, para aguantar el estrés. “Los CEO, banqueros y políticos no son la clase de personas que uno consideraría creativas o que te gustaría conocer de forma personal”, sugiere el científico. “Su ocupación los daña de la misma manera que a los demás, pero en la situación presente se benefician de ello, incluso aunque les haga daño a la larga”.

Andrew Smart el autor del libro trabaja con la Universidad de Nueva York. “Insisto en mi libro en que estar desocupado es bueno por sí mismo, no para convertirse en un hipster digital más productivo”. Esa es una de las paradojas del libro. Si bien sugiere que tomarse varios descansos en el trabajo o dejar la mente vagar durante un buen rato al día puede mejorar nuestra creatividad  y desempeño en el trabajo, Smart es particularmente crítico con la utilización de su libro para conseguir ser aún más eficientes.

“Es difícil escapar de ello, porque hay quien lee mi libro y se dice 'oh, vale, ahora tengo que añadir no hacer nada a mi lista de tareas'. Es no haber entendido nada”, se lamenta Smart, que explica cómo la escritora Bridig Shulte, autora de Owerwhelmed, un libro sobre la falta de tiempo libre en nuestra sociedad, recibe continuamente ofertas por parte de importantes think-tanks para explicarles cómo el ocio puede hacer más productivos a sus empleados.

El ser humano esté perdiendo aquello que le distinguía del animal, la capacidad de autorreflexión y de conciencia sobre uno mismo. Por el contrario, nos estamos convirtiendo en una mezcla de los animales que sólo son capaces de reaccionar a los estímulos de su entorno y las máquinas que obedecen constantemente órdenes externas. “La habilidad para pensar sobre nosotros mismos es una capacidad humana que ninguna otra especie puede llevar a cabo”, añade Smart. “Requiere una gran corteza prefrontal y la capacidad de metacognición. Si dejamos que esta habilidad se atrofie de forma individual, tendrá consecuencias socialmente negativas”.
Smart traza un paralelismo con la adicción al tabaco. Cuando empezamos a fumar de adolescentes, resulta atractivo porque nos hace parecer más mayores y más interesantes; pero para cuando nos damos cuenta de que nos perjudica, nos encontramos con que la motivación inicial se ha esfumado y es difícil hacer desaparecer la adicción.
¿Qué podemos hacer, por lo tanto, para poner el freno de mano en un mundo en constante movimiento sin que este nos lleve por delante? Smart lo tiene claro: “Conseguir una sociedad basada en el ocio probablemente requería algo parecido a una revolución”. Mientras tanto, está en nuestras manos (íntimas y privadas) intentar detener el caos que nos rodea. “Cuando tengo un momento en el que no he de hacer nada, intento detener la urgencia de encontrar algo que hacer”, explica. “Intento sentarme hasta que me interrumpen. Te sorprendería el beneficio de robar breves momentos a lo largo del día para desconectar. Una vez manejes esos pequeños momentos de desconexión, puedes construir gradualmente una tolerancia a los períodos mayores”

Barato, sencillo y efectivo, aunque conviene tener a mano un ejemplar de El arte y la ciencia de no hacer nada, ante la nada descabellada posibilidad de que alguien nos llame “holgazán”.

La idiota : Y si nos lo llaman oidos sordos. He pasado una temporada de plena actividad sin ninguna necesidad, y me he perdido. Al final necesito pensar  porque el pensar en nada hace que mi vida resulte más difícil pero mucho más consciente. Dejar la droga del trabajo ininterrumpido para los que se aburren consigo mismos. Gente peligrosa que siempre busca alguien que le distraiga.

miércoles, 16 de julio de 2014

el anti facebook y sinceridad



El complemento más honesto de las redes sociales está aquí. Venía haciendo falta algún accesorio, app o widget que pusiera coto al "todos somos amigos", "qué buenas personas somos" , "a ver si coincidimos todos en algún sitio y nos tomamos algo" que estaban en el ADN de FacebookInstagram o Foursquare
Hacía falta un servicio que nos hiciera más fácil hacer realidad el soberano deseo de no querer ver a otra persona ni en pintura. Algún servicio de geolocalización que nos permitiera correr (o caminar elegantemente) en sentido contrario de un ex, de un antiguo amigo o, llegado el caso, de un jefe. Y esa obra social, queridos lectores, ha llegado y se llama Cloak, una palabra que pudiéramos traducir al castellano como capote o tapadera. Su eslogan promete que nos ayudará a pasar de incógnitos en la vida real. Nada más y nada menos. 
Uno de sus creadores, Chris Baker, es un viejo conocido por haber sido director creativo de Buzfeed y por su prolífica creación de productos digitales para sociópatas. Léase, aplicaciones misántropas.  Por ejemplo, de su cerebro salió la versión para navegadores de Unbaby.me, que escondía las cascadas de fotos de bebés de Facebook, y en algunos casos las cambiaba por fotos de gatos. Otra de sus creaciones es Hate with Friends, una herramienta que permite determinar con una precisión casi exacta si usted y uno de sus "amigos" de Facebook se odian. Es tan inteligente que puede informarle de si el odio es recíproco. Además, le envía una alerta cuando algún otro amiga también ha empezado a odiarle. Que todo se pega e información es poder. 

Pues Baker junto a Brian Moore han traído Cloak a nuestras vidas. La app utiliza la información de Instagram y Foursquare para espiar dónde están sus amigos, los coloca en un mapa, le permite poner una alarma a los que preferiría no cruzarse en su camino, y le avisa cuando hay cierto peligro de que se alineen los astros y acabe usted coincidiendo con quien no quiere.


Con Cloak en su móvil usted dispondrá de un mapa de situación que estará conectado a Foursquare e Instagram, de momento y donde podrá ver la geolocalización de sus amigos (repito, de aquellos que se geolocalicen). Usted podrá revisar el mapa cada vez que quiera y poner una bandera encima de aquellos contactos con los que no le gustaría coincidir. Así Cloak podrá mandarle una alarma, una especie de orden de alejamiento, que le avisará cuando las distancias se estén acortando y esas personas estén entrando en su espacio geográfico. También podrá decidir cuál es su radio geográfico. Es decir si quiere que le avisen cuando esa persona está a dos metros o a dos kilómetros. 

Según sus fundadores, ya tienen 200.000 usuarios. ¡Tanto buen rollo no era verosímil! Y, según las revisiones de la app, los contactos que con más frecuencia se marcan como apestados suelen ser los ex, los vecinos con incontinencia verbal, los compañeros de trabajo y los jefes en esos días en que se ha dicho alguna mentira piadosa. 

Los fundadores de Cloak dijeron al diario The Washington Post que ellos no habían creado "una parodia" sino una "herramienta útil" para la vida social. "Hemos vivido el éxito de redes sociales como Facebook y Twitter que nos han mantenido unidos, pero personalmente creo que los proyectos antisociales están en alza, cada vez vemos más este tipo de herramientas". 
Moore y Baker recuerdan la insistencia con la que durante años los usuarios pidieron a Facebook una opción de "No me gusta". Algo que de momento no ha llegado. "En el mundo de Facebook simplemente no hay espacio para ser  "algo menos que amigo" de otra persona". 

La foto es de otra mentira pidosa: Libertad Igualdad ¿de qué? ¿o, para qué?

lunes, 14 de julio de 2014

Mente en blanco




No pienses en nada, deja la mente en blanco. Se dice pronto, pero no resulta nada fácil. En cuanto se pone uno a la tarea, resulta que nada empieza a ser algo. Peor aún, algo inaprensible y efímero como un espectro, un itinerario absurdo sin memoria del origen ni aspiración a un destino, una patera a la deriva sin la menor esperanza, una pesadilla de oscuridad y vacío. ¿Te ha pasado alguna vez? A los voluntarios del experimento de Timothy Wilson, un psicólogo audaz de la Universidad de Virginia, sí les ha pasado, y no una vez sino 11: durante los 11 interminables experimentos a los que han sido sometidos, y que seguramente no olvidarán en lo que les quede de vida.
El concienzudo estudio de Virginia muestra por encima de toda duda razonable que los humanos odiamos quedarnos solos con nuestros pensamientos, aunque solo sea 10 minutos. Si te dejan solo sin el móvil ni la tableta, sin el libro ni la música, tu pensamiento no logra concentrarse en nada y se limita a vagar de una cosa a otra de la forma más torpe e inútil. La experiencia es tan desagradable que el 67% de los hombres y el 25% de las mujeres prefieren recibir una descarga eléctrica antes de acabar esa experiencia pavorosa, esos 10 minutos de eternidad. Increíble pero cierto, y publicado en Science.
Pocos artículos técnicos vienen encabezados por una cita poética, pero en este caso Wilson, de manera comprensible, no ha tenido más remedio que recurrir al Paraíso perdido de Milton: "La mente es su propia morada, y en sí misma puede hacer un cielo del infierno, un infierno del cielo". Y sobre todo lo segundo, cabría añadir tras este trabajo.
"Nuestra investigación", dicen Wilson y sus colegas de Virginia y Harvard, "muestra que la mayor parte de la gente prefiere estar haciendo algo –incluso dañarse a sí mismos— que no hacer nada o sentarse en soledad con sus pensamientos". Los 11 experimentos muestran de distintas formas que los participantes, antes de quedarse solos consigo mismos, prefieren escuchar música, navegar por la red o mandar mensajes con susmartphone. Incluso recibir una desagradable descarga eléctrica y largarse a su casa antes de que pasen los 10 minutos. Cabe preguntarse qué ha sido de la proverbial gandulería que se le supone a la especie humana.
Los 10 minutos son solo un promedio: los experimentos oscilaron de 6 a 15 minutos –esto último ya una tortura—, e incluyen a gente de los 18 a los 77 años de todo tipo de extracción social y nivel académico y cultural. "Aquellos de nosotros que anhelamos tener un poco de tiempo para no hacer nada más que pensar", dice Wilson, "seguramente encontramos estos resultados sorprendentes; para mí desde luego lo son; ni siquiera la gente mayor mostró la menor debilidad por quedarse sola pensando".
El primer autor del estudio no cree que ese horror al vacío sea una consecuencia del ritmo frenético de la sociedad actual o la seducción incesante de las novedades tecnológicas. Más bien piensa que esa interminable sucesión de innovaciones técnicas es una consecuencia de nuestra sed natural de actividad. Primero fue el horror al vacío, y después vino Whatsapp a paliarlo. Antes había libros y punto de cruz para la misma función.
Wilson y sus colegas intentan averiguar ahora a qué se debe esa pasión de la gente por hacer cualquier cosa en lugar de no hacer nada. "Todo el mundo disfruta de vez en cuando soñando despierto", dice el psicólogo, "o fantaseando sobre cualquier cosa, pero este tipo de pensamiento parece ser placentero solo cuando ocurre espontáneamente, no cuando se le pide explícitamente a la gente que lo haga". Pedir a alguien que deje la mente en blanco no parece ser una gran ayuda.
La mente es en verdad su propia morada, dijo Milton. Pero, como señaló otro poeta, en ninguna parte se está como fuera de casa.